Rajoy y el PP se la juegan a todo o nada en Cataluña.

La última EPA confirma que la economía española ha entrado en un círculo virtuoso que, de mantenerse, lo cual está por ver, podría llevar el paro, al final de la próxima legislatura, por debajo del 7 %, una barrera histórica que con la anterior legislación laboral nunca se consiguió reducir.
¿Pueden torcerse las cosas? Sí. A nadie medianamente informado se le oculta que muchas inversiones importantes han quedado paralizadas a la espera de ver como evoluciona el “procés català” tras la cita electoral del 27 S y de lo que suceda en las elecciones generales de final de año.
Son factores de incertidumbre que ya están restando vigor a la recuperación económica y que, dependiendo de cómo se resuelvan, pueden terminar por revertirla.
Es por ello por lo que tenemos que volver a ocuparnos en este blog que nació para hablar de economía, de cuestiones políticas. Ya se sabe que economía y política van de la mano, a veces no tan bien avenidas como debieran. Cuando la política se empeña en ir contra la lógica económica, malo, porque al final se impone siempre la lógica económica por mucho que se enfade la izquierda más radical empeñada en defender esa simpleza intelectual de que la democracia se debe imponer a los mercados. Pobres, ni siquiera saben que luchan contra un fantasma. Los mercados no existen. No son más que una sublimación teórica que se escapa de sus débiles entendederas. En un próximo blog, tendremos ocasión de hablar de que son y que no son los mercados.
El primer factor de incertidumbre económica es la cita electoral catalana del 27 S, una bomba de consecuencias imprevisibles que puede acabar con la recuperación económica, y, si las cosas se complican mucho, que se pueden complicar, con la misma democracia española. También puede suceder que todo termine en nada si la extraña lista acordada a última hora por Mas y Junqueras no obtiene la ansiada mayoría absoluta, en cuyo caso, es posible, no seguro, que ambos políticos presenten su dimisión irrevocable la misma noche electoral. Eso sería lo normal en cualquier país normal, pero la Cataluña independentista es otra cosa.
El ruido del delirio secesionista ha iniciado un “crescendo” que va a mantenerse hasta el mismo día de las elecciones “plebiscitarias”, en un intento de crear un ambiente emocional favorable al voto independentista.
¿Qué esperan conseguir de esas elecciones los, de momento aliados, Mas y Junqueras? La respuesta es evidente: llevar el problema catalán a una situación límite para “negociar”, en un plazo relativamente breve, ¿18 meses?, una rendición incondicional del gobierno central que resulte de las generales de final de año, que suponen que será incapaz de activar los mecanismos previstos en la Constitución para garantizar la integridad territorial del Estado. Rendición que conllevaría la entrada por la puerta grande en la UE y en el euro de la “Catalunya triomfant”.
¿Riesgos de que las cosas no sucedan así? Para los independentistas, ninguno. En su imaginario colectivo no hay obstáculo capaz de impedir el avance imparable de “gent tan ufana i tan superba”.
Hasta no hace mucho tiempo, en los círculos mejor informados de la trastienda catalana, se daba por supuesto que la apuesta real de Artur Mas no era la independencia de Cataluña y que su plan B era conseguir un régimen fiscal similar al vasco-navarro, y, a ser posible, como una aspiración remota, de máximos, el reconocimiento del derecho de autodeterminación en unas condiciones acordadas con PP y PSOE para poderlas incluir en una futura reforma constitucional, a través de una nueva disposición adicional, que tampoco puede enredarse mucho con el texto constitucional.
Ahora mismo, nadie, ni siquiera el propio Mas, sabe si hay algún plan B. Lo único que está claro es que está siguiendo, arrastrado por la necesidad de ocultar los fracasos políticos que lleva cosechados con su deriva independentista, la misma senda que antes recorrieron el dúo Tsipras-Varoufakis en su negociación con la UE, con los resultados que ya conocemos.
El segundo factor de incertidumbre económica, no por su importancia sino por razones meramente cronológicas, es el resultado de las próximas elecciones generales, que va a depender en gran manera de la forma como se resuelva o, al menos, se encauce el conflicto catalán.
Si lista independentista obtiene mayoría absoluta y Rajoy actúa con la energía que le reclaman sus votantes para acabar con el desafío independentista, puede conseguir, a costa de Mas y Junqueras, los escaños que actualmente le faltan para alcanzar la mayoría absoluta.
Si, por el contrario, se muestra como un político dubitativo, incapaz de responder a la trascendencia histórica de ese desafío, lo más probable es que el centro derecha vuelva definitivamente la espalda al PP, que obtendría unos resultados catastróficos que podrían abocarlo a su disolución.
Ciudadanos se haría con la mayor parte del electorado de centro derecha, con una cosecha del orden de los 90-100 escaños que serían suficientes para obligar al PSOE, que probablemente sería el partido más votado, a negociar un gobierno de coalición.
¿Que cabría esperar de un gobierno PSOE-Ciudadanos? Pues depende de muchas cosas que analizaremos en el próximo post.
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